Máximo.
Ella corría. Creía que el viento que había soplado ese Viernes 15 de Febrero de 1924, una mezcla entre lluvia y hojas verdes de un verano precioso, no volvería jamás. Creía que nunca volvería a enloquecerse de aquella manera, nunca, nunca como esa vez. Cuando él la miraba, se tapaba la cara con el sombrero, y la hacía sonreír con comentarios locos y absurdos. Cuando le quitaba de la cabeza la vincha bordada de flores que ella misma había hecho, se la ponía en su cabeza y la imitaba, ella reía, reía locamente y él se encantaba. Cuando la miraba, invitándola a un beso y ella se enrojecía. Cuando amagaba tirarle la vincha bordada al pasto húmedo. Cuando ella intentaba que no lo hiciera. Cuando lo hizo. Cuando le juró por Dios que iría a recogerla para ella, pero al final le confesó ser ateo y tuvo que ir ella misma. Pocos detalles en ese día enloquecían su mente en recuerdos, ahora, con sus 92 años. Sentada en el balcón de su pieza, soñaba con...