Máximo.
Ella corría. Creía que el viento que había soplado ese Viernes 15 de Febrero de
1924, una mezcla entre lluvia y hojas verdes de un verano precioso, no volvería
jamás. Creía que nunca volvería a enloquecerse de aquella manera, nunca, nunca
como esa vez. Cuando él la miraba, se tapaba la cara con el sombrero, y la
hacía sonreír con comentarios locos y absurdos. Cuando le quitaba de la cabeza
la vincha bordada de flores que ella misma había hecho, se la ponía en su
cabeza y la imitaba, ella reía, reía locamente y él se encantaba.
Cuando la miraba, invitándola a un beso y ella se
enrojecía.
Cuando amagaba tirarle la vincha bordada al pasto
húmedo. Cuando ella intentaba que no lo hiciera. Cuando lo hizo.
Cuando le juró por Dios que iría
a recogerla para ella, pero al final le confesó ser ateo y tuvo que
ir ella misma.
Pocos detalles en ese día enloquecían su mente en
recuerdos, ahora, con sus 92 años. Sentada en el balcón de su pieza, soñaba con
su pasado 'aventurezco' 74 años atrás.
Su vida había pasado, él finalmente
había viajado a estudiar. Y ella había tenido que seguir. Como en ese entonces
él era su secreto, nadie supo porqué lloraba a veces, tirada en la cama, o
porqué se pasaba horas mirando las estrellas, la luna, pensando en cómo se
vería aquel astro celeste desde donde él estaba.
Pensando en él.
Recordó un diálogo, unas palabras que se dijeron días antes a despedirse. Un
diálogo que jamás, jamás olvidó. Que durante esos diez años estuvo presente en
su cabeza. Y que durante pasado ese tiempo, al no notar el regreso de su amor,
tuvo que levantar la cabeza y seguir con su vida.
-Pe... pero 10 años es mucho tiempo...
-Sí, lo sé, pero es lo necesario para formarme. Supongo
que en diez años ya habré finalizado mis estudios y estaré listo para volver a
la Argentina. Si todo se da como
lo he pensado, claro.
Ella lo mira, silenciosa y con los ojos brillantes...
-No, no. No me mires así. Por favor. Te voy a venir
a buscar.
-Pero Máximo, ¡Yo no sé que pueda suceder de acá a 1934!
Él la mira. No dice nada.
-Tenés razón, Claudia. Y te voy a extrañar.
Ambos lloraron luego, e intentaron olvidar todo con
un abrazo y un café.
Al fin y al cabo los años fueron pasando y ella hizo
de su vida lo que pudo. Se convirtió en escritora, fue una modelo muy conocida
y querida por la gente. Pero nunca se dio el gusto de casarse, tener hijos,
formar una gran familia.
Esa noche de 1998, donde la luna brillaba hermosa y
el cielo comenzaba a nublarse, avisando una posible tormenta, Claudia escribía
en su cuaderno de siempre, cómo le gustaría volver a verlo o al menos saber de
él.
Setenta y tres años sin saber nada, sin verlo, sin
oír su voz, sentir su piel rozar la suya al abrazarse, nada.
Pasaron como estas, más noches. Hasta que una vez,
sus restantes años de vida se volvieron interesantes.
Fue
confuso, pero se dejó llevar. Y se sorprendió, cuando sintió regresar en ella
la misma sensación de enloquecerse de una única manera, que sólo
ambos eran capaces de comprender.
Sí,
Máximo había regresado.
Lo
miraba a los ojos, descubría que era la misma mirada de cuando era un jovencito
de dieciocho.
Pensaba
que muchas cosas habrían sido diferentes si jamás hubiera desaparecido así.
Quizás regresó porque se enteró que ella lo extrañaba, lo necesitaba, quizás le
dieron ganas de volver sólo porque sí, o de saber si aun ella estaba viva...
O
quizás, sólo volvió sin darse cuenta y sólo ella lo tuvo en cuenta. Sólo ella
lo sintió tan cerca otra vez.
Quizás
es que ella decidió dejar todo su pasado atrás desde que las cosas se tornaron
difíciles: los años que transcurrían, la imposibilidad de comunicarse y su
propia mente, que no la dejaba dormir, descansar, día y noche, día y
noche, extrañándolo.
Esta
vez, al mirarlo a los ojos detenidamente pudo intuir y observar algo
maravilloso: su esencia era exactamente la misma, no había cambiado en él nada
que no fuese superficial.
Fue
todo muy enredado, Máximo no la recordaba pero ella era feliz de volver a
verlo, sin embargo, internamente sentía un leve dolor.
Imágenes borrosas
empezaban a girar a su alrededor, no lo soñaba, no lo veía, no sabía qué
sucedía. Una luz fuerte la despertó.
El
corazón le latía fuerte, se descubrió sonriendo y llorando como una
adolescente.
El
no, no estaba, no había regresado.
La
luz que la despertó fue un inmenso rayo que cayó cerca de su barrio e iluminó
media ciudad.Un fuerte viento se había levantado y había tirado sobre su
cuaderno de siempre, la mitad del café que había dejado sobre el escritorio
antes de dormir.
Se
sintió desconsolada, sola, incomprendida. por primera vez se arrepintió de no
haber conocido a otro hombre, haberse casado, haber tenido hijos.
Máximo
jamás regresó. Claudia lo soñó una vez y esa, fue la última vez.
Penélope
- MEC -
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