Maquineo II.

Se levantó esa mañana y la primer palabra que asomó por su cabeza al abrir los ojos y descubrirse sola en medio de las sábanas desarregladas, fue:
Basta.
Para peor, en la mesita de luz del otro costado de la cama, había una pequeña nota junto al bolígrafo de oficina que ella le había obsequiado hacía unas semanas atrás. ''Ya lo sabía", se dijo en pensamientos. Pasaba en todos las películas, en las novelas, en las series, ¿Por qué sería ella la excepción? Al fin y al cabo estaba viviendo una realidad que no le pertenecía, que no era lo que había deseado alguna vez, ocupando un lugar que carecía de sentido, de valor, de anda a saber que más. Le faltaba mucho para lograr cambios grandes, estaba en el pozo, había caído profundo, tal vez demasiado como para hallar un rayo de luz y sobre que sus cosas no estaban del todo bien, ahora esto...
Mientras empezaba  a sermonearse a sí misma por haberse dado el atrevimiento de entregarse a él una vez más, se vestía refunfuñando palabrotas en voz baja, como si alguien no tuviera que escucharlas, miró en el piso la camisola blanca de seda, que tan poco le había durado puesta la noche anterior, intentaba planificar la semana, la agenda, el trabajo, el jefe... Imposible.
Sin tener relación alguna, cada cosa que pensaba acababa relacionándola con él y con lo que sentía en su interior, entonces con culpa se permitía un espacio en su mente para recordar lo sucedido horas atrás. Con solo traer a la mente la imagen del momento en que él le quitaba con suavidad el sostén, y luego la llenaba de besos, su cuerpo se estremeció en un suspiro que antes de terminar se transformó en lágrimas al ver desde el otro lado de la cama, la nota en la mesita. Pequeñas y saladas lágrimas brotaron de sus ojos sólo una vez, porque no se lo permitiría, no derramaría nada por él, ni siquiera el vaso de whisky que estaba a su lado en la mesa, aunque su bronca era tal que podría lograr cualquier cosa. Se le ocurrió leer la nota, pero la verdad es que no quería sufrir más. Observó la habitación, todo estaba desordenado, anoche habían repartido un poco de amor, sexo, travesura y locura en cada rincón. La mesa de dibujo... le costaría volver a trabajar con sus maquetas luego de tanta pasión descargada allí... Otra vez, largó un suspiro sintiendo un cosquilleo interno que dejó salir en forma de vacío. Un vacío que de tan lleno de nada que estaba, le dolía.
Se sentía desganada, creyó que iba a ganar. Creyó que esta vez podría confiar en él. Creyó que entregarse a él, esta vez podría mejorar su relación vana.
Creyó una vez más, como siempre le pasaba, en otra realidad. En otra utopía.
"Mi vida es una utopía" se dijo para sus adentros, tratando de calmarse y de buscar la forma de salir de todo esto que la atormentaba, "aunque quizás me la merezca, quien sabe", se decía.
Basta.
Comenzó a ordenar la cama, las sábanas estaban tiradas en el piso, las levantó con cuidado, tomó el acolchado y lo tendió con cuidad... "¿Qué?"
Su camisa y sus zapatos.
Presa de sus juicios, se lanzó a la cama recién arreglada y tomó entre sus manos la nota.

"Si te despertás y lees esto, primero mirá abajo de la cama. Besos"


No le alcanzó el tiempo para que más pensamientos inunden su mente, y acostada se estiró hasta el borde, miró hacia abajo y sacó una caja blanca con un moño rojo gigantesco.

Empezaba a sentirse culpable de todo lo que había estado sintiendo desde que se levantó y vio la nota, aun sin saber qué le esperaba.
Con cuidado lo desató, y una vez abierta la caja, se dejó caer sobre el acolchado, mientras lloraba lágrimas merecidas, colmadas de felicidad.




Aunque cierto aire de vergüenza de saberse desconfiada la inundaba, volvió a decir: Basta, pero esta vez, a su mente. Y secándose las lágrimas y ruborizada, se paró y dio un grito de alegría. 

Caminó con la tarjeta en las manos mientras seguía un camino de pétalos de rosas. Ya no podía contener el llanto. Quería verlo, necesitaba abrazarlo, esta espera se hacía interminable. 

Hasta que al fin llegó. Observó con detenimiento cada detalle del decorado que había en el comedor.
-Amor?- Dijo una voz masculina desde adentro. Y ella, que no podía soltar ni una palabra de la emoción que sentía, sólo logró un 'Ññsím' en un esforzado hilito de voz. 

Y de la puerta trasera de la cocina, lo vio salir con una sonrisa gigantesca y un brillo en los ojos que sólo ella podía reconocer. Se fundieron en un abrazo sin palabras, porque ambos supieron entenderse, un abrazo que duró vaya uno a saber cuánto. 

Y sobre la mesa, una nota más:





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