Cómplices delincuentes

Vivíamos en un departamento con casi ocho ventanas de las cuales todas daban a otros balcones o edificios. 'Y... a nosotros nos ven de todos lados. Y nosotros los vemos a ellos' decía Pablo. Yo trabajaba en una especie de parque de juegos. La gente hacia largas colas para entrar. Y todos los viernes y a veces algún otro día de la semana, me volvía en taxi con un -en principio- desconocido. Físicamente, era idéntico al actor Federico D' Elía

Había un juego del parque de atracciones, que consistía en subirse a un auto y dejarse llevar por la velocidad máxima. Cuando llegaba la hora de cierre, y el parque cerraba sus puertas al público, me gustaba subirme. Con cinturón de seguridad y todo, me asomaba por la ventanilla y sacaba la cabeza hacia afuera. Mi pelo se soltaba, mis ojos se achinaban, y a mi alrededor veía miles de luces de colores, como las avenidas de Nueva York, o Las Vegas. 

Un día el chofer desconocido comenzó a dejar de serlo y se volvió alguien confiable y algo más. No hablábamos mucho más que para sugerir una ruta u otra para llegar a mi destino pero de a poco nos fuimos dejando llevar y, al menos, de mi parte, sentía una inconmensurable atracción. Una compañera del trabajo me dijo que tuviera cuidado, que si se enteraba la jefa nos podía echar a los dos. Para colmo yo con mis 25 añitos recién cumplidos y él con sus cuarenta y tantos, quizá ni daba. Sin embargo yo lo veía tan seductor, de pocas palabras, algo serio y misterioso, y yo siempre queriendo matar la curiosidad. 

Un día nos topamos de frente en un evento del trabajo y conversamos un montón. Coqueteando, de paso. Recuerdo haber hecho una sonrisa pícara de reojo y con custodia porque un poco más lejos de nosotros, y por sobre el hombro de mi conductor, estaba con la mirada puesta en nosotros, Pablo, mi pareja. Tanto él como yo, y el chofer del taxi, sabíamos muy bien lo que pasaba. Pero ninguno daba ni el primer paso ni abría la boca para decir nada, porque todavía no pasaba nada realmente concreto. 

Hubo una vuelta que salí del trabajo y me subí directamente en el auto. El chofer no estaba. Pero esperé a que subiera. Siempre viajaba en la parte de atrás, por más que fuera yo sola. Era parte de las leyes: si viajaba una persona, tenía que ir atrás. Si viajaban dos, una delante y otra en el asiento de atrás. Mientras aguardaba que mi chofer llegara, escuché a una mujer de voz chillona y aguda, como de unos sesenta y pico dándole órdenes: la jefa. 'Tengo que ir a la Rodríguez Peña, me bajo cerca del Orfeo, me esperan unos...' expresó en un tono imperioso, que detuvo en seco cuando vio que yo ya estaba dentro del auto. Me lanzó una mirada con desdén y yo sólo atiné a levantarle la mano como saludándola. No iba a bajarme del auto, este ya era mi chofer. Nos habíamos elegido mutuamente. Además, llegué primero. Como ya estaba adentro y tampoco pretendía bajarme, así como él tampoco me pidió que lo hiciera para llevar a la jefa, ella frunció todos los músculos del rostro en un gesto disgustante del que tuve que contener la carcajada, e inmediatamente husmeó el ambiente y supo que pasaba algo entre los dos. Durante el viaje demostró ser una vieja idiota, insoportable y mandona. 

Las únicas palabras que el chofer me dirigió cuando me vio adentro del auto fueron "la alcanzo a ella primero y después a vos, si?". A lo que acepté asintiendo la cabeza, sin decir ni una palabra. La mujer, luego de haber notado la incomodidad debido a su intromisión, empezó a alimentar el viaje con preguntas que intentaban incomodarme, acerca de mi relación con Pablo, tema del que por supuesto, no quería hablar con el chofer presente. 

Cada ida desde el trabajo a casa era distinta. El chofer tomaba caminos que eran maravillosos de observar. A veces se detenía en el medio de un monte desde el cual sólo veíamos verde, desde cualquier posición, te pararas donde te pararas. La ciudad de pronto desaparecía, se veía como un puntito diminuto y los problemas se esfumaban con ella. Yo me bajaba del auto,dejando mis cosas dentro y corría y corría, el viento me daba en la cara, reía y me tiraba encima del pasto, disfrutaba de la frescura del clima, del olor a tierra mojada, y por ahí hacía rollitos lanzándome desde los montes más altos. Mientras tanto, él encendía un cigarrillo al costado del auto, su boca esbozaba una media sonrisa, y su mirada parecía querer desentramar toda la locura e inocencia que yo llevaba encima. Luego de unos minutos, volvíamos al auto y de allí a la ciudad. 

Eso para mi era un detalle enorme: que tomara rutas distintas cada vez, para bajarnos del auto a saborear la fruta prohibida por la Nación, siendo dueños de nosotros mismos sin acatar órdenes de nadie. Y no hablo de lo que teníamos, sino de algo mucho más profundo e inalienable. Fue en esas oportunidades que comenzamos a dejar de ser desconocidos. Éramos conscientes de que estábamos cometiendo una locura totalmente ilegal, teniendo en cuenta los riesgos, pero nos reíamos del placer que nos generaba esa libertad. Sin embargo, cuando volvíamos al auto y retomábamos la ruta a la ciudad, mirábamos a todos lados para cerciorarnos de que nadie nos hubiera visto, en este punto creo que lo nuestro dejaba de ser una atracción y lo que realmente importaba era el pacto secreto que nos vinculaba. Nadie podía enterarse de lo nuestro no porque yo tuviera pareja y él fuera casado, sino porque los dos por separado, estábamos cometiendo un delito gravísimo: gozar de la libertad. 

El gobierno de la Nación había prohibido todo tipo de acción que permitiera a las personas relacionarse con otras. Lo tenían todo muy bien controlado, sin embargo mi chofer y yo, cómplices delincuentes, nos escapábamos algunas veces y hasta probablemente confundíamos lo nuestro, en donde jamás existió un roce o un beso, con el mismísimo placer que nos otorgaba compartir un poco de libertad dos veces a la semana. Era un montón. Y sólo se trataba de eso. A partir de ahí yo volvía a casa, al departamento, y me encerraba en la rutina para no volver a salir a la calle excepto a trabajar.


Martié. 


Comentarios

  1. Me encanta tu forma de describir las situaciones, seguí escribiendo... Gracias ✨

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  2. Liberador. Una luz llena de frescura y esperanza. En medio de tantos impedimentos y negaciones.

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